Después de este atropello de los que nunca se quieren ir, la gente de la garganta poderosa puso este artículo en su facebook (artículo)
“TORTURARON A DOS CHICOS DE LA GARGANTA”
Cuando la impotencia no te deja pensar, cuando la rabia no te deja
escribir, cuando el dolor no te deja llorar, las fotos se vuelven
gritos, ante los dedos estúpidos que balbucean unas líneas, mientras los
ojos escupen sobre el teclado. ¿Saben cuántos años tiene, Ezequiel
Villanueva Moya? No hay razones, ni a derecha, ni a izquierda, ¡15 años
tiene, cagones de mierda!
Atrevido, tuvo el tremendo tupé de
salir la noche del sábado para visitar a su abuela, que también vive en
la Villa 21. De regreso, lo paró la Policía Federal para revisarlo y,
aprovechando que justo lo saludaba su amigo Iván Navarro, los denigraron
un rato a los dos, entre amenazas y chicanas sobre el supuesto origen
espurio de sus prendas. “Yo me acerqué para darle un abrazo a Eze y un
oficial, así, de la nada, directamente vino y me pegó una trompada”.
Negativa la requisa, los dejaron ir, pero apenas 30 pasos, donde
volvieron a ser interceptados por tres móviles de Prefectura, con cuatro
uniformados cada uno. “Nos tiraron adentro de un coche y nos llevaron
hasta la garita de Osvaldo Cruz e Iguazú”. ¿Para qué? “Para cagarnos a
palos”. ¿Y los largaron? “No, nos subieron a otro auto, pero primero nos
taparon la cabeza y nos obligaron a sentarnos uno encima del otro”. De
ahí, se los llevaron hasta un descampado lindero al Riachuelo, detrás de
una fábrica, sobre el Camino de Sirga. “Cuando ya había unos 10
prefectos, uno dijo que nos iban a matar, porque total nadie nos iba a
reclamar”.
Trompadas en la cara y palazos en las piernas, como
tantas otras veces a tantos otros villeros, esta vez no fueron
suficientes. “Nos obligaron a tirarnos al piso y hacer flexiones de
brazos, hasta que uno le saltó sobre la espalda a Ezequiel y otro me
preguntó a mí dónde quería el tiro”. Pero no, todavía no termina.
“Alterados, como sacados, nos esposaron a un caño y dispararon varios
tiros al aire, mientras nos quitaban las camperas que supuestamente
habíamos robado”. Pero no, robar, robaron ellos, “que se reían cuando
nos ponían un cuchillo en el cuello y nos decían que también les
parecían lindas nuestras zapatillas, nuestras cadenitas… Nos sacaron
todo”. Justo ahí, a pocas cuadras de la Parroquia Caacupé, uno de los
prefectos puso su arma en la nuca de Iván, para obligarlo a rezar.
“Dale, un Padre Nuestro para que no te mate, dale”. Y al final, cuando
por fin accedieron a soltarles las manos, los encañonaron por la
espalda, con una escopeta: “Corran bien rápido, o van a ser boleta”.
Corrieron, corrieron a sus casas, corrieron a nuestra redacción,
corrieron a la Procuraduría contra la Violencia Institucional y ayer se
presentaron en la fiscalía de Pompeya, para prestar declaración. ¿Y
adivinen qué? Sí, estaba ahí, uno de ellos estaba ahí, el prefecto
Leandro Adolfo Antúnez estaba ahí. Lo vieron, lo señalaron y lo
denunciaron. Acto seguido, el fiscal Marcelo Munilla Lacasa pidió la
orden de detención y la remoción de los agentes que integraban el móvil.
Pero ahora, nuestros compañeros tienen miedo. Sus familias tienen
miedo. Nosotros tenemos miedo.
Basta de silencio y basta de impunidad:
¡Control Popular a las Fuerzas de Seguridad!
¡Control Popular a las Fuerzas de Seguridad!
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